

Escriben una carta. Arman un circuito secreto. La envían y así rompen, como si tuvieran superpoderes, el silencio que es atroz, que hiela los dientes, que entumece el cuerpo entero. Los presos políticos de la última dictadura militar de 1976 de la cárcel de la Unidad Penitenciaria de San Martín, conocida como la UP1, en la ciudad de Córdoba, fueron privados de la comunicación con el exterior, es decir de intercambiar palabras con sus familiares y amistades. Sin embargo, tiraron esa medida abajo mediante un sistema clandestino que armaron con imaginación, valentía y solidaridad de los presos comunes.
El análisis de estas cartas profundas, de cotidianidades, de las horas que pasan parsimoniosas pero también divertidas, demuestra cómo fue estar en una cárcel como persona detenida por razones políticas en la última dictadura cívico- militar. Esos escritos fueron reflejados en el libro Filosofía de la incomunicación. Las cartas clandestinas de la Unidad Penitenciaria 1 durante la dictadura (Córdoba, 1976-1979) por Fernando Reati (expreso, investigador, doctor en Letras) y la mendocina Paula Simón (investigadora adjunta del CONICET y profesora de Literatura Comparada en la Universidad Nacional de Cuyo) publicado en 2021.
“Son cartas muy personales, que querían estrechar contactos con los familiares y amistades que eran negados por orden del poder. Se alojan en un lugar mucho más íntimo y subjetivo de cada persona. No son, en general cartas con contenido político, hay un montón de información sobre los pabellones, la relación entre los presos y presas, los problemas médicos, la relación con la Cruz Roja. Cómo vivieron el mundial de fútbol de 1978, que estuvo plagado de contradicciones”, sostiene Simón en diálogo con MDZ.
Durante tres años, los presos políticos - entre los que se encuentra Reati, uno de los autores, sobreviviente de la dictadura- fueron creando un sistema que llamaron paloma que contó con la colaboración de los detenidos comunes. “La materialidad de la carta es todo un mundo, fueron escrita en papeles minúsculos, en papel higiénico al principio, luego hasta transformarlos en pequeños caramelitos. Después establecieron un sistema en el que participaron activamente los presos comunes ya que les daban los escritos a sus mujeres en las visitas higiénicas y ellas distribuían las cartas de los presos políticos, posiblemente guardadas primero en sus vaginas, para evitar las requisas. Después, las repartían por toda Córdoba”, narra.
“Hay toda una operación entre querer decir y contar, teniendo en cuenta siempre a quienes las recibían, de cuidar la sensibilidad. Relatan, además todas las actividades para matar el tiempo, las actividades de convivencia, teatro, cursos, a pesar de las restricciones. Además, demandando saber de sus familiares y amigos, ese ida y vuelta, tan necesario y más en este caso”, agrega la investigadora mendocina.
Pedazos de papel higiénico, envoltorios de cigarrillos e incluso trozos de tela. El libro descubre en los textos prohibidos una vía de denuncia, un escape del encierro y de esa rutina impuesta por la dictadura. Las cartas son un ir hacia afuera pero también hacia adentro, hacia lo personal, los sentires, las vivencias. Son también, un ir hacia adelante, para poder escapar de los muros, las rejas, las paredes impuestas por la más sangrienta dictadura militar que vivió nuestro país y creer que existe un futuro posible, donde la palabra libertad sea la bandera.
Los capítulos del libro, son un recorrido sobre esas vivencias. La relación entre los pabellones; la felicidad; las canciones y la música; el ajedrez; contar y escuchar cine; el humor como recurso narrativo; el orgullo por la familia; la salud y la alimentación; etc etc. Una enumeración que demuestra que el análisis es exhautivo, profundo, que cada párrafo de las cartas analizadas, como así también sus formatos, son una puerta a un mundo que sólo conocieron quienes fueron protagonistas pero sin embargo, sus autores, tanto Simón como Reati - como investigador pero también como protagonista- son la llave para que nos aproximemos, desde nuestras subjetividades hacia las vidas de tantas personas que escribieron con sus propios cuerpos parte de la historia oscura de nuestro país.
Simón cuenta, además cómo tuvo por primera vez contacto con las cartas: “Fernando Reati fue uno de los sobrevivientes de la UP1. Había trabajado con él durante una estancia de investigación en Estados Unidos y seguimos en contacto cuando volví a la Argentina. Un día, mientras él estaba en Buenos Aires, nos reunimos y me mostró en una café, una carpeta marrón con folios en los cuales había pequeñísimos papeles, llenos de letras pequeñas, que eran las cartas que tanto él como su hermano Eugenio -también detenido- mandaban a sus padres exiliados", relata.
A partir de las primeras cartas de los hermanos Fernando -firmadas como “Peti”- y Eugenio, empieza la investigación, no sólo de los escritos sino también de la búsqueda de otros exdetenidos para conocer sus experiencias respecto de la incomunicación, como les gusta llamar en el libro. La reconstrucción de los manuscritos les llevó tiempo y fue una tarea precisa, detallada, con los ojos alerta pero a la vez con el respeto que implica la apertura de este mundo hasta ese momento secreto, oculto, escondido en la memoria de tantas personas que fueron parte de ese sistema que hizo de las palabras una forma de transitar con mayor salud mental los años en prisión.
El libro reconstruye cómo fue el contexto político para que la comunicación con el afuera se convirtiera en un acto de rebeldía. A pesar de la vigencia de la Ley Penitenciaria Nacional de 1958, el general Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo del Ejército, emitió una orden de carácter secreto destinada a las diferentes cárceles del área 311, entre las cuales se contaba la Unidad Penitenciaria N° 1, por la cual los presos políticos permanecerían aislados e incomunicados. Amandine Guillard recuperó del Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba una nota reservada del III Cuerpo del Ejército Argentino al Director de la Unidad Carcelaria N° 5, la Cárcel del Buen Pastor reservada para mujeres, fechada el 2 de abril de 1976, en la cual se impartía la orden de la incomunicación. A través del aislamiento, se pretendía “subsanar las anomalías que se observan en las Unidades Carcelarias que alojan elementos subversivos”.
Dicen los autores que: "Entre los principales artículos referentes a la prohibición de la comunicación, se destacan las siguientes órdenes: 1. Retirar todos los elementos que posibiliten su comunicación tanto interna como externa (elementos de escritura) […] 4. Retirar los elementos de lectura, tanto diarios como libros y revistas de cualquier índole. 5. Una vez retirados los elementos mencionados se adoptarán las medidas necesarias para evitar nuevas provisiones de los mismos. 6. Prohibir todo tipo de contacto con personal ajeno al Servicio Penitenciario (cantinero, detenidos comunes, etc.). 7. Prohibir todo tipo de visitas (abogados, familiares, etc.). 8. Prohibir todo tipo de contacto del personal subversivo masculino con el femenino en la misma situación […] 10. Prohibir el ingreso de todo tipo de paquetes y/o encomiendas (en Guillard, 2015)".
El poder usó sus armas, las prohibiciones, las restricciones, las rejas que encarcelan los cuerpos, las mentes, las emociones. Pero las cartas demuestran que siempre hay una posibilidad, en el más lúgubre invierno, de encontrar la luz, a través del calor humano- que fueron los presos comunes- para que, sigan, pese al pedregoso terreno, naciendo flores. Para que la vida, a pesar de los pesares, se imponga.
Porque las cartas sobrevivieron para contarlo. Los autores en el libro lo demuestran. Como así también que las palabras pueden nacer en el medio del silencio. Como dijo José Saramago: "El silencio es, por definición, lo que no se oye. El silencio escucha, examina, observa, pesa y analiza. El silencio es fecundo. El silencio es la tierra negra y fértil, el humus del ser, la melodía callada bajo la luz solar. Caen sobre él las palabras. Todas las palabras. Las palabras buenas y las malas. El trigo y la cizaña. Pero sólo el trigo da pan.